martes, 1 de noviembre de 2011

¡caraguapa!

nos lo decía la Tita con voz de urraca ronrroneante, mientras nos pellizcaba la mejilla, cuando íbamos a visitarla. o el consabido '¡caradebobo!', si ya no nos podíamos aguantar la risa a cuenta de alguno de sus desvaríos. los últimos años que hemos ido a visitarla al cementerio por Todos los Santos hemos seguido la broma... ¡pues no somos nada bromistas los moranes!

esta mañana he echado de menos esta tradición, y para consolarme he visitado uno de los muchos cementerios que tiene Budapest. a la entrada, pero sobre todo a la salida del Cementerio de Farkasréti, en Buda, nos hemos encontrado con un felino graznófono y picudo que parecía querer saludrnos a lo 'Conchita': ¡ca-ra-gua-pa!


el paseo por el cementerio parece más el que pudiera darse por un parque o jardín. algunos rincones me han recordado lejanamente al Victoria Park, o a alguna zona del Hyde Park londinenses.
aquí no sólo encontramos cipreses sino todo tipo de árboles, la mayoría de hoja caduca, en plena actividad otoñal esparciendo sus despojos multicolor por el suelo y el aire. naturaleza y necropolítica a partes iguales, me he deleitado en las suntuosas esculturas, los caprichosos mensajes y caligrafías, la siempre curiosa sonoridad y nomenclatura de los nombres húngaros, la delicada sencillez de la decoración de las sepulturas ajardinadas y casi siempre decoradas con velas.
he buscado las tumbas de Bártok y a Kodály sin éxito, pero hemos encontrado otras sorpresas...
y en algunas sepulturas las cruces no eran cruces, sino estrellas de cinco puntas


ya de noche, me he acercado al otro cementerio que está cerca del centro, el Kerepesi temető y he paseado a oscuras por sus avenidas anchas, entre esculturas imponentes y modestas sepulturas, robustos árboles y adustos panteones, cuyos contornos se adivinan por la multitud de velas y candelas de colores que las adornan. el espectáculo es único y sobrecogedor, cientos de miles de pequeñas llamas vibrando en el aire quieto de la noche, mientras visitantes y paseantes deambulan en respetuoso silencio. como lo que debieron de ser las catedrales góticas medievales, iluminadas tan sólo por velas y coloreadas por sus cristaleras, este jardín de luces de otoño hace palidecer cualquier decoración navideña moderna y no digamos ya las horteradas halloweenenses al uso. los susurros y el ruido de pisadas en la hojarasca delatan nuestra presencia. pero a veces una sombra que surge de entre los setos o las esculturas, o el roce en la mejilla de una hoja al caer nos recuerda dónde estamos y que son ellos, los muertos, los que están en su casa


1 comentario:

ronyiszka dijo...

fotos guapísimas y el paseo por la manana...me encantaba.