hemos pasado la mayor parte del día en una cala de aguas transparentes y tranquilas, en lo que sería aún el dintel del Puerto. tras el baño, un arroyo proviniente de la reserva y que desemboca al fondo de la playa en una pequeña cascada, nos ha servido para desembarazarnos del salitre y darnos un último refrescón
de vuelta al Circular Quay, en el corazón de la ciudad, punto del que salen y al que llegan todas las líneas de ferry, pasamos en frente de las Cabezas, la puerta del Pacífico. allí el mar es más fuerte, y la cresta de algunas olas se levanta por encima del barco, y aterriza en más de un desprevenido pasajero
Es el puente de Semana Santa, y Sydney está lleno de turistas y vacío de “sydneysiders”, por lo que nos unimos con mayor motivo al rebaño. al regresar al centro, el Harbour Bridge, al fondo, y la Opera House a nuestra izquierda, flanquean nuestra entrada en el puerto, entre idas y venidas de un sinnúmero de otros ferrys, taxis acuáticos, veleros privados, cruceros de toda talla y calado, y botes del servicio del Puerto.
paseamos por The Rocks, hasta el Darling Harbour, donde se encuentran la mayoría de atracciones y restaurantes chic, así como el Aquarium y el Museo Marítimo. de ahí, volvemos al centro por Liverpool St, donde nos llaman la atención los restaurantes españoles, y en especial un par de luminosos de Estrella Galicia. ya es de noche, y la ruta principal la forman los pubs y clubs de la zona gay –Oxford St hasta Paddington-, posiblemente la más fresca y movida del mundo
tras unas cervezas en el Velvet, volvemos a nuestro refugio en Marrickville, un clásico barrio residencial del suroeste de la ciudad, donde June nos contará historias –más o menos relevantes con la ciudad, el barrio, y la casa donde ha vivido 72 años- hasta bien entrada la madrugada
una pasada
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